Wednesday, November 29, 2006

NO TE HACE FALTA EQUIPAJE…


¿Quién no ha sentido la vergüenza de estar desnudo en lugares públicos? ¿Quién no ha tratado de gritar y se ha visto imposibilitado por una fuerza desconocida? ¿Quién no ha intentando lanzar un golpe y sentir su brazo con menos fuerza que la de un recién nacido? ¿Quién no ha sido despertado en medio de un sueño erótico? ¿Quién no ha intentado volver a dormirse para continuarlo? A veces pienso si todas las personas sueñan con el mismo grado de realidad. ¿Sueñan igual un colectivero que un profesor de Yoga? ¿Un sepulturero que una obstetra? ¿Un gerente que una wedding planner?

Por ejemplo, en mi caso, uno de los sueños que más se repiten es el de volar. Cada año que pasa vuelo mejor. Cada vez la sensación es más real aunque confieso que lo que todavía me cuesta es vencer la gravedad en el salto inicial. Una vez logrado esto, el vuelo es placentero y armonioso. Tuve varios sueños frustrantes en los que no lograba despegarme del suelo y otros en los que volaba perfectamente a un metro del mismo. Curiosamente se repiten los sueños volando entre edificios, o en lugares con mucha gente que se asombra y admira mi comunión con el viento. Otras veces recorro lugares de mi niñez, como el Colegio. Lo recorro completamente desde el aire, bajando a veces en los patios y veo techos que jamás vi (chupate esta Víctor Sueiro). Hace poco soñé que había una fiesta increíble en algún lugar y yo llegaba a ella volando. El tema es que cuando quería aterrizar para tirar algún paso en la pista, no pude lograrlo. Me dijeron que mi signo es de aire. Debe ser eso. Me falta un poco de tierra.

Wednesday, November 15, 2006

Tuesday, November 14, 2006

MANO A MANO

Una tarde de Junio, allá por el año 1926, mi abuelo caminaba por la costanera cuando vio en la orilla del Río una caja de madera. Llevaba atada a ella, una etiqueta borrosa que dejaba leer “Fragile”. El cuore se le estrujó. Al abrir la caja su sorpresa fue aún mayor. Un muñeco de madera lo miraba sonriente y en buen estado. El Nono, como le decíamos, lo llevó a su casa, lo limpió y según cuenta mi abuela, de allí en adelante, nunca fue el mismo.

Bruno, como le gustaba llamarlo, pasó a ser el centro de su vida. Lo llevaba a la cancha a ver a Racing y le compraba discos de los Beatles lo que causaba la ira de sus hijos (mi vieja y mi tío). Pese a las advertencias de mi abuela, el Nono le cedió el dormitorio principal y el resto de la familia se acomodó en el modesto living.
Y sí, era “el favorito”. Hasta ese momento, mi madre había sido siempre “el bocho” de la familia, pero en la escuela, Bruno era realmente brillante. Sacaba todo 10 y le caía bien a los profesores. Fue así que al llegar la primavera, mi abuelo le regaló un Ford A, y pasó a ser la envidia no sólo de mi tío, que pedaleaba una mugrosa Aurorita, sino del barrio.
Al cumplir la mayoría de edad, el Nono mandó a Bruno al Liceo Naval, para completar su formación. Para sorpresa de todos, desarrolló allí un comportamiento terriblemente rebelde. Sus notas bajaban al tiempo que su aliento a Ginebra subía. Por las noches se escapaba al Casino con amigos mayores que él y se pasaba horas en la mesa de Black Jack insultando crupieres. En hora de clase, solía erutar cuando el docente miraba el pizarrón. Generalmente sancionaban al compañero de al lado y este tipo de actitudes pusieron al curso entero en su contra. El Nono debió sacarlo de allí.
Le gustaba salir a la calle a mostrarse con su auto nuevo y a gritar atrocidades a las jóvenes que se animaban a mostrar las rodillas en días de calor. Esto lo llevó a enfrentarse varias veces con enfurecidos peatones, que cedían ante las disculpas de mi abuelo.

Todo terminó fatalmente ese verano en Mar del Plata. Mi abuelo le había pedido a Bruno que no se metiera al mar hasta no haber hecho la digestión. Aún así, se escabulló entre las carpas del exclusivo balneario San Jorge en Playa Grande, y fue corriendo hacia las olas. Era el tercer día de enero. Esos días de mucha orilla en donde el calor eleva la temperatura de la arena a niveles infernales. A mitad de su carrera, Bruno comenzó a chispear. Esto pareció no importarle y continuó. El Nono corrió hacia él, pero no hubo caso. Llegó a la orilla y Bruno ya estaba carbonizado.
Mi abuela recuerda a mi abuelo mirando las olas llevarse al Bruno, del mismo modo que lo habían traído aquella tarde de Junio. Algunas versiones aseguran que se metió en el mar y lagrimeó. Otras que lo meó. Fonéticamente suenan parecidas pero mi vieja y mi tío prefieren la versión del pis.